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Claudio Bravo |
Luego un partido inquebrantable en las metas, que contó con el despertar de algunos bostezos, el empate sin goles en los noventa principales y los treinta extra llevó a Chile y Portugal a dirimir su paridad en los penales y allí, Bravo se convirtió en suceso en tierra de zares. Bravo edificó una muralla en el tiempo regular y en el climax del encuentro, se agigantó ante Quaresma, Moutinho y Nani para regalarle a su patria la tercera final en tres años (dos Copas América y ésta Confederaciones).
Bravo es el primer eslabón en una cadena de majestuosos elementos que se imponen ante cualquier entrenador. Allí hay una cuestión cósmica. Es cierto que la impronta de Bielsa, proseguida por Sampaoli y acicalada por Pizzi es fundamental a la hora de entender el despegue y el mantenimiento de sus estelas, pero los nombres en hombres que componen la selección chilena trascienden por la integridad de su colectivo y su compacto físico-temporal. Alexis, Vidal, Medel, Jara, Beausejour, Isla, Díaz, Vargas hace más de diez años que juegan juntos y los automatismos del entendimiento gestual dentro del campo roza la perfección. Después, la mecánica del movimiento gesta su parte y el resultado es la historia que crean estos pilares.
No habrá otra obra interestelar que configure una gama de cracks para que se junten en tiempo y espacio en nombre de Chile. Quizás habrá mejores que Bravo, que Gary, que Sánchez o Isla, pero no habrá un equipo como éste, no existirá otro momento de tanta gloria para el fútbol chileno. Y si existe, el precedente deja una vara muy alta.
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