El mediocampista uruguayo no lleva ni cinco partidos jugados con Boca Juniors, pero rápidamente se compenetró con el ADN del club de la Ribera porteña.
"La va a romper en Argentina" lanzaron desde el otro lado del Río de la Plata. "Nació para jugar en Boca", atesoraba cierta porción de la prensa charrúa. Nahitan Nández es uno de los proyectos más reales y futuristas en Uruguay y es una joya mimada en su suelo. Curtido en la vena guerrera de Peñarol, saltó el charco para vestirse de azul y oro. Ya es una pieza importante para la necesaria renovación de Óscar Washington Tabárez en la Celeste y sin desgracias en el camino, estará en el Mundial. Pero en el aquí y el ahora, en apenas tres juegos con Boca, ya consiguió los primeros aplausos de la parcialiad xeneize.
Hecho a la medida de la exigencia de Boca, Nández no para de transpirar la remera. No es novedad que en Boca se premia el sacrificio, el despliegue y el temple. Históricamente, la huella de la sangre y el sudor se anteponen ante cualquier otro recurso en el campo. Es extraño, pero es así. Es un estilo que no nace de Boca, más bien nace de sus hinchas. No es que para jugar en Boca se debe solamente correr y pegar patadas, sino que la afición exige que para ponerse la camiseta tiene que cumplir los mandatos de sentimiento y vivencia cruda por la misma y si el jugador no satisface tales requisitos será desaprobado rápidamente. Ni tibios ni "pecho frío". Y mucho menos para ser el 5 del equipo, el referente del círculo central.
En los últimos años el volante central de Boca mutó en su legado. Fernando Gago cambió el coraje y la entrega que se arrastraba desde tiempos gloriosos de "Chicho" Serna y Alfredo Cascini por el toque de distinción y la finura. En ese lapso, surgió Sebastián Battaglia, un volante que medió en dicha transición y que se convirtió en el futbolista más ganador de la historia de la institución. La herencia de Gago la recogió Ever Banega y Boca fue campeón de América. Sin embargo, ese identikit del volante raspador, mordedor, de "puro huevo" y batallador, siempre sedujo a la entraña boquense. Tal dogma se remonta a tiempos de Rattín o Suñé, de Giunta y Passucci. Y ahora nuevamente ese paladar es cautivado por el colombiano Wilmar Barrios y por el uruguayo Nández.
Nández reúne todas las condiciones para adueñarse del círculo central de Boca, incluso desplazando al propio Barrios, un pilar fundamental en el último título conseguido por el club. El colombiano ha sido una rueda de auxilio inagotable para un Gago más conductor y desprendido de obligaciones de marca y un Pablo Pérez cerebral para la construcción y descerebrado para el retroceso y la limpieza de la recuperación. Pero entre Barrios y Nández hay un aroma diferente, hay cualidades distintas. Ambos tienen la pasta para consagrarse, pero Nández, le suma un temperamento más rioplatense, más cercano a La Bombonera, más de combate Peñarol-Nacional que es vital para un Boca-River. No se trata de fronteras, Mauricio Serna comprendió a rajatabla esa idiosincrasia, pero posiblemente esa sea la pequeña luz de diferencias entre Nández y Barrios, que a mi gusto se impone en el pensamiento general. ¿Pueden jugar juntos? Definitivamente sí y no disgustaría. Pero la estela que pretende Barros Schelotto se modificaría.
Nahitan Nández |
Hecho a la medida de la exigencia de Boca, Nández no para de transpirar la remera. No es novedad que en Boca se premia el sacrificio, el despliegue y el temple. Históricamente, la huella de la sangre y el sudor se anteponen ante cualquier otro recurso en el campo. Es extraño, pero es así. Es un estilo que no nace de Boca, más bien nace de sus hinchas. No es que para jugar en Boca se debe solamente correr y pegar patadas, sino que la afición exige que para ponerse la camiseta tiene que cumplir los mandatos de sentimiento y vivencia cruda por la misma y si el jugador no satisface tales requisitos será desaprobado rápidamente. Ni tibios ni "pecho frío". Y mucho menos para ser el 5 del equipo, el referente del círculo central.
En los últimos años el volante central de Boca mutó en su legado. Fernando Gago cambió el coraje y la entrega que se arrastraba desde tiempos gloriosos de "Chicho" Serna y Alfredo Cascini por el toque de distinción y la finura. En ese lapso, surgió Sebastián Battaglia, un volante que medió en dicha transición y que se convirtió en el futbolista más ganador de la historia de la institución. La herencia de Gago la recogió Ever Banega y Boca fue campeón de América. Sin embargo, ese identikit del volante raspador, mordedor, de "puro huevo" y batallador, siempre sedujo a la entraña boquense. Tal dogma se remonta a tiempos de Rattín o Suñé, de Giunta y Passucci. Y ahora nuevamente ese paladar es cautivado por el colombiano Wilmar Barrios y por el uruguayo Nández.
Nández reúne todas las condiciones para adueñarse del círculo central de Boca, incluso desplazando al propio Barrios, un pilar fundamental en el último título conseguido por el club. El colombiano ha sido una rueda de auxilio inagotable para un Gago más conductor y desprendido de obligaciones de marca y un Pablo Pérez cerebral para la construcción y descerebrado para el retroceso y la limpieza de la recuperación. Pero entre Barrios y Nández hay un aroma diferente, hay cualidades distintas. Ambos tienen la pasta para consagrarse, pero Nández, le suma un temperamento más rioplatense, más cercano a La Bombonera, más de combate Peñarol-Nacional que es vital para un Boca-River. No se trata de fronteras, Mauricio Serna comprendió a rajatabla esa idiosincrasia, pero posiblemente esa sea la pequeña luz de diferencias entre Nández y Barrios, que a mi gusto se impone en el pensamiento general. ¿Pueden jugar juntos? Definitivamente sí y no disgustaría. Pero la estela que pretende Barros Schelotto se modificaría.
Nández ya cautivó el paladar Xeneize
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