Un 4 de julio de 2004, Angelos Charisteas convertía el gol más importante de su dilatada carrera, que serviría para que Grecia gane su primera Eurocopa y viva el momento más feliz de su historia en el fútbol.
Otto Rehhagel sabía de proezas, pero lo hecho con Grecia en la Euro 2004 resulta casi inigualable. Fue en Lisboa, contra el anfitrión Portugal que dirigía Scolari, que tenía a Figo, a Cristiano Ronaldo, Deco, Pauleta, Rui Costa, entre otros tantos. El estratega alemán conformó un equipo de mixturas etarias que daba golpes contundentes. Consolidó una nómina poco vistosa, de estilo rocoso, pero con una disciplina táctica maravillosa, logró lo impensado.
Grecia ganó en el partido inaugural y en la final ante los lusos. El trazo que llevaría a la gloria dictaminó que el bombazo fuera de principio a fin. En los grupos eliminó a España, borró a la vigente campeona Francia en cuartos de final y tras sudar ante República Checa en semis, otra vez batió a Portugal con el grito perenne de Angelos Charisteas.
Ese gol inmortal de Charisteas ratificó que no hay ciencias duras en el fútbol, que cuando se paran once contra once no hay más que un balón que los separa y los moviliza por más inercia animal que por razón acostumbrada. En una finalísima, no importan las vidas anteriores, ni el futuro próximo. Mucho menos pesan los mitos, la razón númerica, las estadísticas, las estrellas, los estrellados, el marketing de los semidioses, ni la lógica aristotélica, ni sujeto ni predicado, ni la mecánica de los cuerpos en concepto de trabajo, ni las masas o los individuos que colorean el marco. Sólo importa el objetivo de saber que la esférica es el objeto más preciado del instante.
Antes, Angelos Charisteas le convertía a Francia y Traianos Dellas marcaba un agónico tanto contra los checos. Grecia, claramente, era y será más que Charisteas, pero en esa noche lisboeta, toda una cultura milenaria se resumió en él.
El gol, contado por Charisteas:
El gol de Charisteas |
Grecia ganó en el partido inaugural y en la final ante los lusos. El trazo que llevaría a la gloria dictaminó que el bombazo fuera de principio a fin. En los grupos eliminó a España, borró a la vigente campeona Francia en cuartos de final y tras sudar ante República Checa en semis, otra vez batió a Portugal con el grito perenne de Angelos Charisteas.
Ese gol inmortal de Charisteas ratificó que no hay ciencias duras en el fútbol, que cuando se paran once contra once no hay más que un balón que los separa y los moviliza por más inercia animal que por razón acostumbrada. En una finalísima, no importan las vidas anteriores, ni el futuro próximo. Mucho menos pesan los mitos, la razón númerica, las estadísticas, las estrellas, los estrellados, el marketing de los semidioses, ni la lógica aristotélica, ni sujeto ni predicado, ni la mecánica de los cuerpos en concepto de trabajo, ni las masas o los individuos que colorean el marco. Sólo importa el objetivo de saber que la esférica es el objeto más preciado del instante.
Antes, Angelos Charisteas le convertía a Francia y Traianos Dellas marcaba un agónico tanto contra los checos. Grecia, claramente, era y será más que Charisteas, pero en esa noche lisboeta, toda una cultura milenaria se resumió en él.
El gol, contado por Charisteas:
Ese gol de Charisteas que derrumbó la lógica aristotélica
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