En Europa no pasa, dictan las profecías. Es
verdad, allí donde se cuelan nudistas y borrachos, no sucede. Aunque en este lado del Atlántico sí, y el ingreso de los
perritos a la cancha para cortar un partido se ha vuelta una cariñosa constante.
De niño
nunca tuve un perro y ahora tengo dos hijos de cuatro patitas. Mi esposa Liliana infundió y originó mi amor y defensa por los animales, y a pesar de no ser
un activista entero, verdaderamente, pocas veces imaginé verme buscando a un
perrito callejero, perdido, solo, asustado para rescatarlo y luego buscarle un
hogar. Es una sensación impagable, pero tremendamente dolorosa.
Los
perros viven en la calle producto de la codicia humana que lucra con sus vidas
y sobreexplota la especie. Además, en esa voraz avaricia y desmedido egoísmo (y haraganería), se refleja
la ineptitud de quienes los comercializan y la superpoblación canina a
nivel global no cesa y se agiganta. Al utilizar el animal como mercancía, sin
pensar en sus sentimientos, dolores, tormentos y suplicios, convierten en
descartable un fruto de la naturaleza especial, hacedero de humanizar y amar.
Pero los perritos, en su mayoría callejeros, también se prenden y reviven la real fiesta del fútbol. En Copa
Libertadores, Sudamericana y en las diferentes ligas de nuestro continente, de
vez en cuando aparece un pichicho en el verde césped para robarnos una sonrisa.
Para eludir, a lo Messi, Maradona y Pelé, a los muñecos que lo encierran, para juguetear con la pelota, para agitar la cola en muestra de
felicidad, para romper las inflexibilidades y rigores de un combativo partido
de fútbol, para regresarnos, al menos el minutito en que se roba la escena, a la esencia de la vida.
Y sino, mirá esto:
Es imposible no amar a los perritos y sus locuras, especialmente cuando las hacen en medio de la Copa Libertadores pic.twitter.com/QXgvcSlYwO— Diario La Nación (@LaNacionPy) 14 de marzo de 2017
El perro en la cancha, un clásico sudamericano
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