La pelota de Corea-Japón 2002 nos cautivó. Por su diseño, en primer orden. Luego, porque sería pionera en los avances tecnológicos, que en la actualidad componen las características del esférico.
Fevernova |
En el primer mundial de fútbol organizado en Asia, desde
este lado del mundo esperábamos ser impactados por la mixtura entre las tradiciones
milenarias y la evolución mecánico-tecnológica de aquellos territorios, mientras
nos obnubilaba la atracción de un nuevo milenio. Cuando transcurrió junio y julio
en 2002, Japón y Corea del Sur recibieron a los 32 seleccionados clasificados al evento
y Occidente vibró en las más devotas madrugadas de estos tiempos.
Los estadios portentosos, las ciudades futuristas, las
imponentes edificaciones y los rascacielos luminosos que desnudaban una
infraestructura magistral, dejaron boquiabiertos al mundo entero. Parecía
el primer Mundial verdaderamente Mundial, ya que ingresábamos definitivamente a
la mediatización de la globalización. Estábamos tan allá, como tan acá. Uno de
los síntomas más relucientes de esta moción fue el balón. Por primera vez,
después de años, se analizaba la herramienta de juego. Fue el primer cuero con
bautismo y recuerdo para la posteridad. La Fevernova nos encandiló.
Decían que era el mayor avance en cuanto a balones desde Argentina
1978. Fue fabricado en Alemania por la marca Adidas y llamaba la atención por su dibujo en el centro. Parecía una llama de fuego, con un colorido rojo, dorado y
gris que partían directamente desde la cultura de las naciones anfitrionas.
Daba la impresión de que era un pergamino redondo para los pies sensibles y un
trauma ineludible para los porteros. Las críticas hacia la Fevernova fueron justamente
por su liviandad (entre 420 y 450 gramos) y los dueños del puesto más ingrato
clamaron que sus movimientos traicioneros los desairaban.
En 2002, todo aficionado investigó sobre los datos precisos y ocultos de
su composición como nunca antes. Nos interesaba la Fevernova más allá de su tejido
Raschel o su espuma con microceldas rellenas de gas, o su capa de plástico
sólido. Queríamos conocerla toda porque era diferente. No era una pelota más, era
el sueño de cualquier jovencito de esa época. Nos cautivó la impresión del
dibujo y no tanto su capa transparente, que era un icono de la nueva
generación de balones.
Hechicera, curiosa, excéntrica, fantástica. La fiebre y
la fugacidad de la luz. Fever y Nova, la estrella más brillante de corta
duración. Y así fue: una fiebre luminosa que permaneció esplendorosa en
ese lapso donde el mundo se para.
Fevernova
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