Ikpeba

Una oda a la desfachatez. Víctor Ikpeba fue un jugador futbolísticamente insolente como la gran mayoría de sus compañeros en la generación dorada nigeriana de la década del ‘90.

Ikpeba marcado por Deschamps
Este intrépido y veloz atacante nigeriano se enmarca dentro de los 50 futbolistas africanos más talentosos de todos los tiempos. Víctor Ikpeba oficiaba como socio de todos en las Súper Águilas, aquel simbólico equipo africano de los noventa. Ikpeba jugueteaba con Jay Jay Okocha, asistía a Kanu, se unía con Amunike y desequilibraba con Babangida. Ikpeba era un jugador alegre, dotado por naturaleza que tuvo el mundo en sus pies.

Luego de grandes campañas en el Standard de Lieja de Bélgica, en 1993 Arsene Wenger lo requirió para jugar el Mónaco, donde tendría el pico más alto de su carrera. Allí, Ikpeba tuvo como compañeros de la talla de Jürgen Klinsmann, Youri Djorkaeff, Enzo Scifo, Thierry Henry, David Trezeguet, Sonny Anderson y desplegó su mejor potencial. La vara en el Principado estaba alta para el nigeriano, ya que el recuerdo de George Weah aun estaba latente, y aunque jamás superó el registro del liberano, las sensaciones que dejó Ikpeba en Mónaco fueron intensas.

En este lapso, Ikpeba deslumbraba al mundo con las Águilas. Nigeria fue reconocida por ser una especie de kryptonita de Argentina en varias ocasiones y el delantero siempre estuvo presente: en Mundial Sub 17 de 1989, Copa del Mundo de Estados Unidos y en los Juegos Olímpicos de Atlanta, donde las Águilas amargaron a los sudamericanos y fueron construyendo así, su alegre trayector a nivel internacional. La medalla dorada en 1996 y dos Copas de África consagraban a este castigado país e Ikpeba, se enaltecía desde lo individual ganando el lauro a Mejor futbolista africano de 1997.

Luego de su paso por Mónaco tuvo un destrato sin igual en Borussia Dortmund. El cuadro alemán hizo una fuerte inversión por él y al no adaptarse a la Bundesliga, su carrera sufrió un fuerte desnivel llegando a los 30 años. Por ende, tuvo una prematura incursión en el fútbol árabe y se retiró en Catar en lo que debió haber sido un momento esplendoroso en su carrera (antes, también se había coronado campeón con el Al Ittihad saudí). Pareciera que la frescura de la lozanía perdida demacró las oportunidades de Ikpeba en la plenitud etaria de su trayectoria. Quizás, el interés que despertaba era su jovialidad y ésta fue consumida por el recto régimen disciplinario del fútbol alemán y así la festividad del nigeriano se diluyó. 


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